Sucedió cuando yo tenía 18 años, recién comenzando el primer año de universidad. Era mi primer ‘novio’ por llamarle así con quien tuve esa primera experiencia íntima. No fue la que hubiera soñado, de hecho, ni siquiera quería, pero pensaba que él era “un buen muchacho” y no tenía nada de malo. Estaba muy equivocada y mi mentalidad estaba muy influenciada por el feminismo y la propaganda.
Cuando supe que estaba embarazada no se lo dije a mis padres, ellos se separaron cuando yo tenía 10 y aunque mi madre nos sacó adelante a mi y mi hermana desde entonces, no tenía una relación de confianza con ella y estos asuntos no se hablaron en casa. Tenía apenas 6 a 7 semanas. La única persona que lo supo fue él, el que hubiera sido el padre. Pero al decirle no hubo emoción ninguna, solo dijo que lo iba a solucionar… la solución fue al día siguiente ponerme en mis manos unas pastillas abortivas y darme las instrucciones específicas de lo que yo tenía que hacer. No lo cuestioné, ¿si no tenía su apoyo ni él lo quería entonces cuál sería la opción? No sabía que hubiera ninguna otra opción. Me fui a mi casa y seguí las instrucciones.
El proceso fue demasiado doloroso, pensé que me iba a morir y en parte tenía razón, pues hoy sé que en el aborto químico sí hay mujeres que mueren por complicaciones. Pero aún en medio de mi terrible decisión Dios me cuidó y me permitió vivir. La relación no duró mucho luego del aborto. El lado hostil de él ya no se ocultó y tuve incluso que pedirle a mi padre que interviniera para que él se alejara de mí. Dejé el horrible momento en un cajón y fue ‘casi’ como que no pasó. Pero sin darme cuenta mi autoestima se deterioró y la imagen que tenía de mi misma estaba por el piso. Hice todo por esforzarme a lograr metas académicas y destacar para “tener más valor”. Pero por muchos años viví con culpa y vergüenza por haber abortado, pensando que no tenía perdón ante Dios.
Al año de graduarme conocí a quien hoy día es mi esposo, iniciamos una relación y luego de menos de un año salí embarazada. Había decidido que jamás volvería a realizarme un aborto, de hecho, me ilusionaba ser madre; pero dudaba de compartirle a él que sería papá por mi experiencia del pasado.
Mi hermana fue quien me dijo con mucha firmeza que yo no tenía derecho a ocultárselo y que tenía que ser fuerte para enfrentar la decisión que él pudiera tomar. Gracias a Dios él fue el más feliz y aún sin estar casados ni saber cómo íbamos a hacer para sacar adelante a nuestro bebé él nunca dudó y lo amó desde que supo que estaba en mi vientre. El primer ultrasonido me lo realicé justamente en ese periodo de las 6 a 7 semanas y tuvo que ser endo-vaginal por ser tan poco tiempo de embarazo. Para mi sorpresa pudimos escuchar el hermoso latido de su corazón. Y ese fue el momento en que el aborto volvió como una sombra densa y oscura a empañar la alegría de este momento ¡pude confirmar sin duda alguna lo que le hice a mi primer bebé!
Muchos años viví con la angustia de que “Dios me fuera a castigar” con este hijo, con el temor de perderlo por yo haber hecho aquel aborto. Sola en mi conciencia pues nunca hablé. Viviendo el síndrome del aniversario y con periodos de tristeza profunda sin “causa aparente”. Luego de 23 años supe de Camino a Sanar y realicé mi estudio bíblico en donde pude recibir el perdón de Dios, hacer las paces con mi pasado y también perdonar al que me puso en la mano esas pastillas abortivas. Dios me bendijo con otros dos hijos y ahora finalmente soy libre para dar testimonio de la misericordia y la gracia de Dios que restauró mi vida y que muchas mujeres más puedan saber que no tienen que vivir este tormento solas, que hay esperanza en Cristo y en Camino a Sanar las vamos a acompañar y apoyar en su proceso de sanidad.